Mándame 8, y una para Bob

Secreto, historia y perfume son tres de mis palabras favoritas. Pierdo la cabeza por las tres.
Sería capaz de cambiar mi reino por un producto así.
Atentos a la historia de Eight & Bob, es maravillosa…

Albert Foquet era hijo de un aristócrata parisino. Formaba parte de la élite de la sociedad francesa de principios del siglo XX: culto, despreocupado, pijo… y me lo imagino un pelín estirado (vosotros también, no lo neguéis). No sé si era un gran conocedor del perfume, pero por lo pronto, en una habitación en la planta de arriba del castillo familiar, que suena como muy idílico, jugaba a los aromas confeccionándose sus propios perfumes.

Una noche durante sus vacaciones de verano de 1937 en la Riviera Francesa, Albert conoció a un joven estudiante americano que realizaba un tour por la Costa Azul en su descapotable: ese joven era John F. Kennedy.

Supongo que como todos los americanos, John quedaría impresionado con el país, con el estilo, con el modo de vida y con el color del agua. Debió de enfocar todos estos enamoramientos en el carismático Albert, (el carisma siempre ayuda a oler mejor) y ese mismo día, entre copa que va y copa que viene, y como terrible vanidoso que era, John le confesó que le encantaba el perfume que usaba. Desplegó sus artes encantadoras y se las ingenió para que a la mañana siguiente Albert le llevase una muestra de su propio perfume al hotel donde se alojaba.

Duelo de cautivadores perspicaces, la nota que le escribió Albert a John, rezaba:

“En este tarro encontrarás la dosis de glamour francés que le falta a tu simpatía americana”.

 

Pasó el tiempo, y al volver de las vacaciones Albert Foquet recibió una carta de John desde los Estados Unidos agradeciéndole su amable gesto e informándole del gran éxito que su perfume estaba teniendo entre sus amigos.

No se quedaba ahí, las cartas nunca se quedan ahí, obviamente le pedía que le mandase ocho muestras más y si la producción lo permitía, otra para Bob (gran manera de pedir nueve, sin que suene a tanto).

Sin entender completamente la petición, Albert decidió enviar una caja con suficientes frascos para que los costes de transporte mereciesen la pena. Algo impresionado y encantado debía de estar con los adulamientos hacia su creación, ya que el pedido no se completó hasta que encontró los frascos perfectos en una farmacia de París. También encargó unas cajas con un estampado similar al de la camisa que llevaba John F. Kennedy cuando se conocieron.
Por contra no dio tantas vueltas con el nombre de su querido perfume, los etiquetó con la divertida petición de John «Eight&Bob», que además es un naming genial (ya ves, donde menos los esperas surge un nombre acertado!).

El padre de John, Joseph Kenedy, trabajaba en una famosa productora de Hollywood, y fue el culpable de que algunos personajes de Hollywood se encapricharan del perfume. Se sabe que tanto Gary Grant como James Stewart usaron Eight & Bob… Y poco a poco la demanda se hizo más grande. Todos querían ese perfume tan difícil de conseguir (y de copiar).

Albert murió en un accidente de coche la primavera de 1939 cerca de Biarritz. Pero alguien más conocía la fórmula secreta de su perfume: Philippe, su mayordomo, que aprovechando la demanda, decidió continuar la producción.
Tan solo unos meses mas tarde estalló la Segunda Guerra Mundial, tocó abandonar la residencia familiar y huir, pero antes de nada consiguió hacer los últimos envíos. Eso sí, cuidadosamente escondidos en libros troquelados a mano, para que pasasen desapercibidos a los ojos de los nazis.

Ahora son los descendientes de ese mayordomo los que han recuperado la fórmula y continuado con su difícil elaboración.
El perfume, por si fuese poco, también tiene un carácter limitado, y es que la historia de verdad comienza con una invitación que recibe Albert del embajador Italiano de la época para visitar Chile. Allí se enamora del olor de una planta de los Andes que bautiza con el nombre de Andrea: una planta escasa, con un breve periodo de recogida, y una destilación ínfima que hace que cada lote de producción de perfume sea de un número cerrado.

La única pena es que sea una fragancia masculina.
Aunque no seré yo justamente la que niegue haber robado, alguna vez, un poco de perfume a mi Gentleman…

  • 4 septiembre 2013

    Un post bonito, interesante y diferente!!!!

  • 4 septiembre 2013

    Genial genial, me fascinan estas lecturas mañaneras y con mucho perfume!! Lo confieso, yo también robo perfumes al esposo 🙂 Buenos días!!

  • 4 septiembre 2013

    Genial genial, me fascinan las lectura mañaneras con tanto olor y exclusividad!! Buenos días!! 🙂

  • 4 septiembre 2013

    Yo ya la quiero, y quiero ir de vacaciones a Saint Tropez y todo eso.

  • 4 septiembre 2013

    ¡Cómo me gusta una buena historia! ¡Besotes, guapa!

  • 4 septiembre 2013

    A mí me sorprendió mucho, no me esperaba encontrar un olor tan original, me esperaba más algo como el Blenheim Bouquet de Penhaligon's otro clásico ligado a nombres ilustres.

    Pero Eight & Bob lo encontré más verde, más moderno y mucho más original. No digas que es una pena que sea un perfume masculino, hagamos una revolución y que nadie les ponga sexo a los olores 😉

    Besos!!

  • Barbara
    4 septiembre 2013

    Con esta historia, dan ganas de comprarla aunque no la hayas olido jamás!

  • 4 septiembre 2013

    Yo la he regalado y también, tengo que confesar, la he usado a veces. Tengo la suerte que en la ciudad en la que vivo se comercializa. La compré sin conocerla, lo primero que me atrajo fue el envase, la verdad. El aroma es mágico, de alguna manera ese sencillo frasquito concentra la maravillosa historia que tan bien has relatado.
    Salu2
    Pi

  • 5 septiembre 2013

    Qué historión, madre, qué historión.

  • 6 septiembre 2013

    Genialosa historia, y genialosa manera de narrarla.

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